Cuando piensas en el momento de las despedidas, en tu cabeza haces una especie de representación de lo que vas a decir, de los abrazos que vas a dar, de cada palabra, de cada gesto. Luego, a la hora de la verdad, no sabes qué decir. Todas aquellas palabras y gestos que tenías pensados se simplifican en un abrazo, un cuídate y, el siempre opimista, nos volveremos a ver. Quizá sea mejor así, esto nos normaliza, nos deja a todos a la misma altura porque nadie dice la esperada frase de película. Este tipo de situaciones nos recuerda que por encima de todo somos personas, y todas las diferencias superficiales anegan para dejar salir la verdadera condición humana.
Ayer pensé en el primer día. Ves tu casa, empeizas a hacer amigos y tienes conversaciones bastante banales acerca del mobiliario de la cocina. ¿Por qué yo sólo tengo 4 tenedores y 5 platos? Si tú tienes 8 tenedores y 9 platos. Hasta ayer por la tarde no encontré respuesta. Imaginé a los que estuvieron aquí el año pasado, en las historias que pudieron vivir y en cuántos podían ser. Entonces pensé en estos últimos días en los que nos juntamos todos para comer, en estas despedidas y estas sobremesas de velatorio. Mientras fregaba los tenedores me dí cuenta de que ahora había 11 tenedores y 9 platos. La historia se repetirá año tras año, y estas pequeñas cosas del día a día, y de la vida, se seguirán repitiendo hasta que el último ser humano deje de vivir sobre la Tierra.
Tic, tac.
Saludos, paz y libertad.